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La fe no es una ilusión
El Papa arranca la introducción de su encÃclica explicando que las sociedades contemporáneas ven la fe como «una luz ilusoria», que «ya no sirve para los tiempos nuevos». Como ejemplo de esa forma de pensar introduce una cita de Nietzsche: «Si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discÃpulo de la verdad, indaga».
LA FE, LA ESPERANZA Y LA CARIDAD
El Papa Francisco recuerda que estas consideraciones sobre la fe se suman a las que Benedicto XVI ha escrito en las encÃclicas sobre la caridad («Caritas in veritate») y la esperanza («Spe Salvi»). «Fe, esperanza y caridad, en admirable urdimbre, -señala- constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión plena con Dios».
Cuatro capÃtulos y ochenta y cinco páginas que invitan a redescubrir el don de la fe. Asà se podrÃa resumir en poco más de dos lÃneas «Lumen Fidei», la primera encÃclica del Papa Francisco. En esta «carta solemne», dirigida a los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles, el Santo Padre explica que «la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino». Ese es precisamente el objetivo de esta encÃclica, cuyas principales claves ofrecemos a continuación.
Algnas consideraciones sobre la EncÃclica Lumen Fidei del Papa Francisco y Benedicto
Un amor del cual fiarse
El Santo Padre señala que «la mayor prueba» de la fiabilidad del amor de Cristo está en que ha dado la vida por los hombres. «En la contemplación de la muerte de Jesús, la fe se refuerza y recibe una luz resplandeciente, cuando se revela como fe en su amor indefectible por nosotros, que es capaz de llegar hasta la muerte para salvarnos. En este amor, que no se ha sustraido a la muerte para manifestar cuánto me ama, es posible creer; su totalidad vence cualquier suspicacia y nos permite confiarnos plenamente en Cristo». «Puesto que Dios es fiable -añade- es razonable tener fe en él, cimentar la propia seguridad sobre su Palabra».
La idolatrÃa
El PontÃfice analiza cómo la incredulidad del hombre de
«El Ãdolo -explica- es un pretexto para ponerse a sà mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos. Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos; negándose a esperar el tiempo de la promesa, se desintegra en los múltiples instantes de su historia. Por eso, la idolatrÃa es siempre politeÃsta, ir sin meta alguna de un señor a otro. La idolatrÃa no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte y forman más bien un laberinto. Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos Ãdolos que le gritan: ‘Fiáte de mÃ’. (...) He aquà la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los Ãdolos».